Son las dos opciones a las que nos enfrentamos miles de veces a lo largo de nuestra vida. Todas ellas suceden en diferentes contextos y siempre vienen marcadas por sus anteriores experiencias. Experiencias que nos hacen madurar, que nos crean miedos, que nos enseñan otras bondades y que nos llevan a tomar una u otra decisión.
En algún momento miras atrás y ves lo feliz que eras con aquella persona. Recuerdas cómo te miraba, cómo te besaba, cómo te hacía sentir…recuerdas cómo imaginabas vuestro futuro en aquella casa de tejas rojizas, de vallas blancas y porche ajardinado.
Si recuerdas eso ahora, lleno de melancolía, es que estás soltero y hace tiempo que no mojas.
Todas esas preocupaciones, retrospectivas al pasado, suelen aparecer en algún momento en la vida del soltero pero si te sirve de consuelo, lo mismo les ocurre a los felizmente emparejados e incluso a los casados y padres de familia.
Miran atrás y ven aquellos maravillosos años dorados de libertad, aquellos desenfrenados momentos de sexo despreocupado y sin compromiso, fiestas que sólo acababan con el amanecer y una buena resaca, sin responsabilidades más que aquella de sobrevivir para la siguiente ocasión. Echan de menos incluso aquella cerveza que se convertía en 3 más, una copa y la extensión de una tarde llena de divertidos momentos con tus amigos (porque sólo estabais ellos y tú). Cosas de las que ahora tú disfrutas y de las que te regocijas en ese sofá de cuero gastado en el que te sientas cada día… solo. Y como única compañía, la sombra proyectada de un marco en el que una vez hubo una foto. Una que todavía recuerdas y que te niegas a volver a ver pero de la que serías capaz de describir cada detalle.
Fotos y no sólo una, abundan en mesas y estantes de toda la casa. Fotos que pusiste para recordarte que una vez fuiste joven, feliz y despreocupado. Una fina lámina de cristal separan tu “yo” libre y solitario de la condena de tu amor en pareja. Ese amor que te espera con calidez en la cama cada noche y te da un motivo por el que madrugar cada mañana. Ese amor que te hace sentir único y deseado…
…ese amor del que tu careces, hombre libre-soltero, y del que te escondes cada noche tras un cuerpo desconocido y sin nombre. Un cuerpo que te da la dosis justa para sentirte vivo y que a la vez te crea esa ansiedad por dejarlo…y cambiarlo por uno nuevo, diferente y, otra vez más, desconocido.
Tú que no ofreces amor sino tu cuerpo ardiente y desgarrado por dentro,…tú que acaricias sin dulzura, besas sin cariño y penetras sin deseo…tú que te sacias de orgasmos falsamente tuyos, y que con la noche te muestras tierno para que los primeros rayos de la mañana descubran la dureza de tu marcha, de tu partida, de la salida de un lugar al que no fuiste, de un lugar al que no volverás, de un lugar donde una vez más no encontraste el amor…
Ese amor del que presumes, hombre encadenadoalamor, y con el que te consuelas. Ese amor que a veces tienes que recordar porque el tiempo lo ha ido emborronando. Ese amor acostumbrado, ese frente a frente en una cama fría en donde las miradas ya no se cruzan, donde los pensamientos divergen y donde la pasión se reduce de horas a minutos. Esa cama que un día te proclamó Dios y que hoy te hace el más humano de los humanos.
La dualidad del sentimiento presente en el hombre lo hace sensible a cada momento vivido, lo hace deprimirse y lo revitaliza al mismo tiempo. Lo hunde en lo más profundo para luego hacerle volar. Una noche de sexo impersonal, una mañana de amor correspondido,…un recuerdo, una historia, un hecho y un presente.
Y tú, ¿dónde te encuentras?

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